Por: P. Jeremy Hiers, OSA
¿Cómo podemos encontrar la paz en un mundo con tanto conflicto y división? Agustín nos invita a comenzar con una reflexión sobre nuestra actitud hacia las posesiones.
“Dios no exige mucho de ti. Él os pide lo que os ha dado, y de él tomáis lo que os basta. Lo superfluo de los ricos son las necesidades de los pobres. Cuando posees lo superfluo, posees lo que es de los demás”. – San Agustín (Exposición de los Salmos 147)
¿Por qué dijo esto Agustín?
Agustín comienza esta cita en el contexto de un sermón sobre el Salmo 147 que habla de Dios reuniendo al pueblo disperso de Israel mientras reconstruye Jerusalén. Semejante reunión de gente dispersa nos invita a reflexionar sobre el propio ideal de san Agustín de una sociedad justa articulado más claramente al comienzo de su Regla:
El propósito principal de que ustedes se hayan reunido es vivir armoniosamente en su casa, concentrados en Dios en unidad de mente y corazón. No llames nada tuyo, pero deja que todo sea tuyo en común.- San Agustín (La Regla I, 3-4)
Inspirado en el modelo de la comunidad cristiana primitiva que se encuentra en Hechos 4:32-35, la comunidad ideal de Agustín es aquella en la que todos los bienes son comunes y cada miembro recibe según sus necesidades. Donde hay propiedad común, hay preocupación común. Donde hay una preocupación común, hay un camino hacia la unidad entre las personas.
Por el contrario, Agustín ve la propiedad privada como un camino hacia el orgullo, la opresión y la división que perturba la unidad: El alma, amando su propio poder, se desliza del todo que es común a todos hacia la parte que es suya. poseer propiedad privada” (Trinidad, 10.14).[1]
Para Agustín, la unidad entre las personas requiere que los derechos y necesidades de todos sean priorizados sobre los de cualquier individuo.[2] Este mismo sentimiento fue enfatizado siglos más tarde por el Papa Pablo VI, justo después del Concilio Vaticano Segundo: Ahora bien, si la tierra realmente fue creada para proporcionar al hombre las necesidades de la vida y las herramientas para su propio progreso, se sigue que cada hombre tiene el derecho a recoger lo que necesita de la tierra... el derecho a la propiedad privada no es absoluto e incondicional.[3]
Como lo ve Agustín, dado que no trajimos nada al mundo, los bienes de la tierra han sido proporcionados como un regalo de Dios para el bien común de todos. Todos somos, por tanto, “mendigos” ante Dios (Sermón 29, 2).
La misericordia que mostramos al mendigo a nuestra puerta refleja la misericordia que Dios tendrá con nosotros, los mendigos a su puerta (Sermón 56, 9). Por tanto, el cuidado del bien común es un ingrediente esencial para el camino hacia Dios. Cuanto más nos preocupamos por el bien común, más avanzamos en el camino hacia el Dios de la misericordia (La Regla V).
Ten compasión del hombre, oh hombre, y Dios tendrá compasión de ti. Tú eres un hombre y él es un hombre: dos criaturas infelices. Dios no es infeliz; él es misericordioso. Si los infelices no tienen compasión de los infelices, ¿cómo puede pedir misericordia a aquel que nunca conocerá la infelicidad? Si deseas recibir misericordia de Dios, entonces sé misericordioso. Si niegas la humanidad de tu prójimo, Dios te negará su gracia divinizadora.- San Agustín (Sermón 259, 4)
En su reflexión sobre el Salmo 147, Agustín reflexiona sobre cómo se espera esa misericordia para encontrar misericordia: “perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los demás” (Mateo 6:12). Agustín usa el ejemplo de cómo dos pequeñas monedas eran todo lo que la viuda pobre necesitaba para hacer una obra de misericordia (Marcos 12:42).
Así, para Agustín, a los ojos de Dios lo superfluo (o exceso/sobreoferta)[4] que poseemos pertenece a los demás. La voluntad de compartir nuestro exceso es un acto de misericordia que impulsa nuestro propio viaje hacia Dios. A medida que nuestro viaje hacia Dios es impulsado, nos unimos a otros en su viaje. Es entonces cuando el pueblo disperso se une de la manera que habla el Salmo 147.
Porque donde hay una preocupación común por el bien común, hay un camino hacia la unidad entre las personas.
¿Qué significa esto para nosotros hoy?
Cuando vivimos de manera simple y sin un sentido de “posesividad” o “propiedad personal” sobre lo que sobra en nuestras vidas, vivimos de una manera que permite que otros vivan simplemente. Cuando poseemos un exceso de algo, Agustín nos invita a considerar dárselo a otra persona que actualmente se está quedando sin él. Quizás se trate de un abrigo sin usar en nuestro armario que puede ir a parar a alguien sin abrigo. Quizás estemos llamados a donar parte de nuestro exceso de tiempo libre para ser voluntarios en una organización benéfica. Poseer una educación es poseer un grado de conocimiento que tiene un valor infinito. Quizás uno esté llamado a utilizar su educación para orientar a un joven en situación de riesgo por desigualdad educativa. Quizás otro sea llamado a compartir parte de su tiempo libre para ayudar a un compañero de trabajo o familiar sobrecargado.
Como revela Agustín en su reflexión sobre la viuda pobre, no hace falta mucho para marcar la diferencia hoy. Un pequeño paso hoy en la dirección de compartir nuestro excedente con el bien común de todas las personas nos lleva a dar un paso más en el progreso espiritual en nuestro propio camino hacia Dios.
Referencias
[1] John C. Cavadini, “Orgullo”, en Agustín a través de los tiempos, eds. Allan D. Fitzgerald, John Cavadini, Marianne Djuth (Grand Rapids, MI: William B. Erdmans Publishing Company, 1999), 680
[2] Agustín y Joseph T. Kelley. Selecciones de confesiones y otros escritos esenciales: anotados y explicados. Pub. SkyLight Paths, 2010, 182
[3] Papa Pablo VI, Populorum Progressio (1967), núms. 22-23, https:// www.vatican.va/content/paul-vi/es/enciclicas/documents/hf_p-vi_enc_26031967_populorum.html
[4] “Superfluidad”. Diccionario Merryam-Webster.com, Merriam-Webster, https: //www.merriam-webster.com/dictionary/superfluity. Consultado el 21 de enero de 2022